Melissa Vargas (CO)
Compositora
BÚSQUEDA ALFABÉTICA DE NOMBRES
MAPAS Y MÚSICA
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BÚSQUEDA ALFABÉTICA DE NOMBRES
La distancia o el mapa imaginado y sin territorio.
por Mauricio Rojas
La distancia no sólo resuena y se abre, sino que lo transforma todo, nada queda en su lugar y sin embargo cada señal que deja intenta ser fijada. La distancia escribe, nos hace señas. Intentamos cruzarla, pero no hay cómo. Ella nos produce y nos mueve, sobre ella lanzamos líneas que describen territorios desaparecidos, que se asoman como espectros en los bordes y nos acosan como si de ellos se desprendieran otras voces que demarcan otro viaje, uno en el que no hay límite, o donde todo límite siempre está más allá sin estarlo en realidad. Como en la película Stalker de Tarkovski, nada parece cambiar, pero todo se está moviendo imperceptiblemente. Por eso la distancia no es social, sino que de ella se desprenden las fuerzas que dibujan los sueños, las pesadillas y la voces de las que salen nombres o lugares que reconstruyen un mapa espectral desde donde lo otro parece esperarnos a punto de perdernos en cada marca, como si la marca más que indicar dónde estamos, nos mostrara que no estamos en ningún lugar, como si de pronto la distancia ingresara en el paisaje y todo se volviera onírico y recorriera el espacio, en el que se vuelve tiempo, cada resto aparece como un mapa de otro tiempo que coexiste con el que pretende determinar las espacios y apropiarselos en un nombre, una comunidad o un conquistador.
De qué hablar cuando aparece la distancia como un territorio inabarcable, ¿inabarcable, inestable? ¿América? Pero, no el lugar del mapa oficial, sino la intemperie en la que nos deposita. Distante entre el cruce colonizador-indígena, distante en el mestizo que no llega ninguno de sus puntos de demanda racial, que se abre en una no identidad que le exige dejar en el recorrido restos de otro que interviene la significación demarcada de un mapa cuyo tiempo se deposita sobre la línea de realización del ideal que lo determina como objetivo, como un conocimiento estable. A medio camino, a medio cocer, como el poema de Bolaño dispuestos a montar el huracán:
«A medio hacer quedamos, padre, ni cocidos ni crudos, perdidos en la grandeza de este basural interminable, errando y equivocándonos, matando y pidiendo perdón, maniacos depresivos en tu sueño, padre, tu sueño que no tenía límites y que hemos desentrañado mil veces y luego mil veces más, como detectives latinoamericanos perdidos en un laberinto de cristal y barro, viajando bajo la lluvia, viendo películas donde aparecían viejos que gritaban ¡tornado! ¡tornado!, mirando las cosas por última vez, pero sin verlas, como espectros, como ranas en el fondo de un pozo, padre, perdidos en la miseria de tu sueño utópico, perdidos en la variedad de tus voces y de tus abismos, maniacos depresivos en la inabarcable sala del Infierno donde se cocina tu Humor. A medio hacer, ni crudos ni cocidos, bipolares capaces de cabalgar el huracán. En estas desolaciones, padre, donde de tu risa sólo quedaban restos arqueológicos.»
El mapa oficial demarca el sueño del padre, la distancia lo deshace en mapas que se estrellan, que son inestables, que leen su ausencia, el eco de una risa. Mapas que nos devuelven al laberinto como desierto o con muros de cristal. Lo que queda es una ruina que nos interpela desde su silencio y la que no deja de señalar el derrumbe, el calco sobre un territorio en el que no terminamos de reconocernos. A distancia de un fin, donde nos perdemos, donde nuestra conciencia es un límite inubicable que nunca podemos tocar, pero nos toca con su distancia.
La pérdida de la referencia nos abre a la condición de una materia que se resiste a ser fijada en la forma que busca dominarla. Pero de algún modo necesitamos tener algún tipo de ubicación, porque no podemos resistir en la pérdida la mirada que se sustrae, sostenerse ahí, es no estar ahí, sino, haberse desplazado, llegar tarde a la señal del lugar. La materia destituye a su dibujo o lo desborda en su transformación. Lo difiere, lo extraña. Emerge la distancia como un punto sin referencia y donde toda posibilidad de referencia exige ser, no pensada, no delimitada, sino imaginada, como emergencia de la oscilación entre la forma y aquello que ésta no puede subsumir en sus parámetros. La forma señala todo aquello que no está. Una sensibilidad innominada, la proliferación de nombres, de identidades, de acoplamientos, de sonidos que se decantan hacia el silencio y lo inacabado. De mapas que se deshacen en el tiempo de lo desaparecido.
En el surgimiento y proliferación de la imagen se ha puesto en marcha la regulación de los espacios, la determinación de los cuerpos en esos espacios. No obstante la imagen siempre tiene ese doble en el que aparece aquello otro, aquello que no podemos decir. En cierto modo aunque la imagen de un territorio o la territorialización de un cuerpo se manifiesta marcando sus pasos y modos, sus maneras y estilos, no es ya solo una imagen, es una trama de sentido que se lo apropia. No obstante, la imagen como imagen, siempre emerge como una distancia en sí misma porque nunca calza con ninguna idea que busque apropiársela, y sin embargo, hace proliferar desde ellas sus posibilidades, deslindando el territorio hacia aquello que aún estando marcado no ha sido apropiado. La intemperie. Si bien lo latinoamericano aparece como una mezcla, ahí reside la potencia que lo abre a la intemperie, que lo abre a la distancia, a un tiempo que ya no es el del progreso.
Desde ahí todos los pasos parecen tener pasadizos oníricos con territorios imaginados en el cine, en la literatura, como sonidos e imágenes que se queman incesantemente o se dejan oír en la lluvia y el desierto o que marcan la huella de un proyecto que se hunde en la violencia apropiadora de las dictaduras y que nos sumergen por ello en una tensión irresuelta, una tensión en cuyo imagen tocamos la distancia y desde donde nos miran los restos de lo desaparecido marcando un mapa otro.