Melissa Vargas (CO)
Compositora
BÚSQUEDA ALFABÉTICA DE NOMBRES
MAPAS Y MÚSICA
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MAPAS EFÍMEROS
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CARTOGRAFÍA Y ESCULTURA
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BÚSQUEDA ALFABÉTICA DE NOMBRES
A 50 AÑOS DEL GOLPE DE ESTADO
APORTE AUDIOVISUAL
septiembre 2023
1. Panorama de Santiago (1981) - Carlos Altamirano
2. A Chile (1979) - Elías Adasme
3. Una milla de cruces sobre el pavimento (1979) - Lotty Rosenfeld
4. La conquista de América (1989) - Yeguas del apocalípsis
5. 119 - Cristian Kirby
6. La ilusión de los mapas (2023) - Sofía Suazo
7. Donde la memoria se inflama (2023) - Fernando Prats
El sueño neoliberal - Felipe Rivas San Martin
Allende is not dead - Rodrigo Mardones
Sebastian Concha
50 años 1 - Nicolás Vera dos Santos
Paraíso- Pati Cepeda
Joana Cisternas
Detrás del mapa del horror hay otro mapa
por Mauricio Rojas Peña
A 50 años, el golpe, su fantasma, su terror transformado y perdurable nos asedia en cada acción resuelta que acorrala la vida. Un mapa del horror nos sumerge en su plan preestablecido. El momento de un derrumbe es una catastrofe cuya magnitud invade cada centímetro de nuestras vidas, sostiene un discurso importado del sueño americano cuyo reves es el horror de la tortura y los cuerpos cayendo al mar. La acuñación de la nueva moneda se hiende en la carne de los torturados, en la piel de los vencidos. Esa piel recubre la vida que vivimos. A 50 años el olvido se empeña por dejar atrás banalizando el mal acudiendo a una causalidad necesaria. Lo que no dicen es que es la pulsión de mantener el dominio lacrado de su clase. Una línea de ese mapa, corre por la técnica económica que se pretende neutral y sin la pulsión aniquilante y aquella más cruel que acuña por el terror en los cuerpos, la demarcación de un destino nacional en el que solo su fuerza exige de nosotros su cumplimiento. En ese estatuto la palabra que nos lanzan a la cara como una acusación, como una marca del pecado, como una vergüenza para anular a los que defendieron y defienden a los trabajadores y oprimidos, esa palabra que relampaguea se lanza como una estocada maldita que exige la transformación, la palabra comunismo.
Su fantasma altera y enfatiza un miedo primigenio promovido por los torturadores e ideólogos de la derecha sosteniendo con ello la realización del Estado burocrático soviético, asesinando un concepto o un nombre, una poética de la comunidad. A 50 años es necesario disputar ese dispositivo, no desde la estrategía, sino desde lo que esa palabra implica. Por las redes y abiertamente en los medios masivos la acusación es la producción de pobreza. Lo que lleva al ser humano al hambre y la desesperación y ante eso el capital es la herramienta que nos mantendría a resguardo, porque lee mejor la naturaleza humana resuelta por los economistas. No obstante, el capital es la salvaje disposición por medio del dinero de la jerarquización de la sociedad y la ilusión de la escalada social. Los grados de verdad y las consecuencias son difíciles de ver en la tela de la ilusión material. La facultad egoísta exaltada como aliciente en todos los aspectos de la acumulación como fantasía del sí mismo, sostiene con toda fuerza ese proceso. Lo que atenta contra la comunidad. Pero repensar, disputar la sistematización de un nombre, de una palabra que abre la quema de brujas y su persecución, implica mostrarnos de qué modo podemos o no construirnos, constituirnos como colectivo. En el mapa fijado por la violencia opresora otro mapa lanza líneas, recorridos inéditos, ya pasados y por pasar. La exigencia de una imaginación crítica traza en ese mapa la hendidura del otro que habla desde el cuerpo expuesto y vívido. El mandado abstracto de la acumulación y el crecimiento nos pone en la crisis de los recursos en las hambrunas planetarias decididas desde el escritorio acomodado de un capitalista que se autosatisface en la imagen de su propia riqueza como aliciente de sí mismo subordinado al capital cuyo mandato total y planetario organiza el deseo.
La palabra comunismo no solo es aquella que nos exponen los medios. La han significado bajos sus parámetros sin pensarla, o pensando su evitación. En este sentido pensar el comunismo, es pensar una exigencia, una exigencia material.
Una exigencia material común a todos. La traza de los cuerpos oprimidos, de las imaginaciones múltiples. Es la de seguir existiendo a partir del medio material que producimos para realizar la vida y sus afectos. Lo común no son los valores absolutos, humanos, sino ahí donde no somos humanos aún. Ahí donde el trabajador ha sido reducido a la máquina de producción. Todo cuerpo requiere ser amparado.
La comunidad es el lugar de ese amparo, pero ahí emerge la exigencia comunista como aquella que atiende a los procesos del cuerpo en sus demandas, el deseo el hambre, sus modos de representarse sus afectos en el imaginario. No implica, por ello, sino el movimiento del deseo y el orden que se impone para producirse en esos medios reconociendo la imposibilidad de la terminación y cumplimiento total de esa demanda. La exigencia comunista se reconoce en el proceso en que la comunidad entra en relación con el otro y lo otro. El otro que resiste a la totalidad, a la unidad, a la construcción acabada. Por eso la exigencia implica volverse plástica, lograr moverse, estar siempre pensándose. Entrar en un proceso de relaciones inacabado que activa la vitalidad de la sociedad en su condición diferencial, el pensar. Todo debe ser pensado, su fuerza consiste en pensarse a partir de su tesitura y de la perdurabilidad de las transformaciones del deseo y la necesidad, de las que el capitalismo saca provecho abstracto en la acumulación absurda y en la disposición de una satisfacción fantasmática. En ese sentido el trabajo permanente es la exigencia de esa palabra que hoy maldicen y traza otro mapa, uno que no tiene modelo, sino que se abre a la percepción del movimiento y es constituyente, no constituida en su requerimiento más estricto. Los 50 años disponen una memoria alternativa un mapa translúcido que cruza el mapa de la sociedad impuesta por el pinochetismo capitalista. Es un mapa de líneas inacabadas que demandan pensar, demandan abrir la diferencia como la relación con la deriva, desposeídos como aquello que no somos aún y es el medio por el que demarcamos la distancia que buscamos recorrer y a la que pertenecemos cuando los nombres fracasan en la materia vibrante. La pregunta por el destino humano es la necesidad de pensarnos como comunidad, el hogar común que nos asiste, es el legado de Allende, un legado interminable que se abre a un espacio innominado que boga por ir y desbordar lo conocido y por desplazar las marcas que maldicen el proyecto de una comunidad que piensa sus afecciones y no simplemente las mutila. En las líneas de horror que demarcaron un límite para los cuerpos y los afectos, quienes enfrentaron esas horas, ejecutados, desaparecidos, esos años extendidos hasta hoy, por quienes en nombre de los valores humanos los pusieron en un estado de fragilidad extrema a partir de la maquinaria militar, demandan en esa memoria un comunismo vitalista. La materia aterida, sensible, adolorida, es lo común que aparece cada vez. Un encuentro de lo múltiple cuya fuerza está en todos y su centro en ninguno. Esas voces, esos rostros, esos cuerpos, abrazaron con afecto la vida de su pueblo. Hoy su memoria y nuestra tristeza, son exigidas por la vida que les arrebataron. Mirar esa demanda que aparece en cada horizonte crítico que busca la justicia social, que traza líneas posibles de vidas venideras, es el amparo de ese dolor posible, pasado o actual, al que todo cuerpo y afecto está expuesto. Es la alegría de un encuentro en los bordes de nuestra deriva. Son las líneas de un mapa inacabado que se derrama por fuera del que nos han impuesto.